“Siempre hay esperanza y oportunidad para cambiar porque siempre hay oportunidad para aprender”
Virginia Satir
Hace poco tuve la oportunidad de escuchar directamente una pregunta que quizás muchos padres y/o familiares no se atreven a formular. Esa pregunta es: ¿acaso la psicología no es para el individuo?
Debo decir que el tratamiento psicológico se planteó en primera instancia para ayudar a cada persona a resolver sus malestares emocionales y por ello se trabajaba de manera individual, no obstante, con el pasar de los años se ha identificado que si sólo se trata al sujeto sin considerar el contexto (los antecedentes, la conducta realizada, las consecuencias alrededor de ella y las personas que intervinieron) el problema puede mantenerse, ya que siempre existe una interacción entre la persona que presenta síntomas poco aceptados (y por los cuales llega a terapia) y los familiares alrededor de ella, sobre todo al tratarse de niños o adolescentes.
Por esta razón y debido a que los menores de edad no son, por completo, autónomos ni autosuficientes, es necesario conocer tanto el impacto que tiene el malestar en la familia (los problemas de conducta llevan a la presencia de discusiones parentales) y cómo las respuestas que tienen los familiares influyen en el mantenimiento e incremento del malestar (para que deje de gritar y patalear le damos lo que está pidiendo o por no verlos angustiados los alejamos de aquello que los asusta).
Es así como para poder discriminar entre aquellas interacciones que funcionan y aquellas que no, se requiere de la presencia de los padres pues con su ayuda podamos identificar las fortalezas en la crianza y orientar la intervención de acuerdo con los valores (¿quiero que se vista sólo o que sea autónomo?) y aprendizajes que para ellos sean importantes y que quieran transmitirles a sus hijos. Asimismo, su participación nos permite identificar las áreas de oportunidad y hacer modificaciones funcionales para fortalecer la interacción padres-hijos.
No obstante, hay ocasiones en las que nuestras formas de mirar el problema nos llevan a sentirnos frustrados y a implementar patrones rígidos e inflexibles de solución (gritar, castigar, golpear, ignorar por completo y todo el tiempo, entre otros) o que están basadas en nuestra propia experiencia de aprendizaje y que sólo nos llevan a que el problema se agrave y que la meta a la que queremos llegar con los niños y adolescentes sea completamente la contraria.
Lo anterior se ve reforzado cuando en ocasiones tomamos el camino más sencillo y hacemos las cosas por ellos, obteniendo calma al corto, pero manteniendo el problema a largo plazo (se tarda en hacer las tareas, las hago por él/ella, me siento tranquila/o, pero ante otra tarea se tarda en hacerla y entonces…)
Es como si nos embarcáramos en un viaje a un lugar especial y fascinante que queremos conocer desde hace tiempo y que se encuentra ubicado en el norte pero que para llegar tenemos que tomar un camino que puede resultar largo, incómodo y a veces molesto y por el cual nos podemos sentir tentados a tomar una atajo, es decir un camino más corto, tranquilo y sin tantas incomodidades pero que nos lleva al sur, a un destino muy distinto del que buscamos, que nos da cierta tranquilidad, pero que nos deja insatisfechos porque no es el ese lugar especial. ¿Valdrá la pena recortar el camino para obtener un poco de lo que busco? ¿O es preferible tomar el camino incómodo pero que me permite estar en ese lugar que tanto he deseado?
Al mostrarnos abiertos y participamos en los procesos terapéuticos de nuestros hijos y nos damos la oportunidad de aprender y modificar estrategias, emociones y pensamientos relacionados con el problema que sólo nos llevan a sentirnos frustrados, culpables y/o incómodos, por lo que tenemos mayor oportunidad no sólo de resolverlo, sino de mejorar la relación familiar y la confianza que depositamos en cada uno de sus miembros.
Referencias
De Neira Hernando, M. D., Mariño, C. V., Rueda, S. G., & Recacha, P. G. (2016). Aportaciones de la Terapia de Aceptación y Compromiso al Trabajo con Madres y Padres de Niñas y Niños Atendidos en Salud Mental: Experiencias de la Intervención Grupal. Revista de Psicoterapia, 27(104), 149–165.
Falcón, F., Lazar, C., & García, C. S. (2012). El papel de los padres en el tratamiento cognitivoconductual del trastorno obsesivo-compulsivo en la infancia: a propósito de un caso. Cuadernos de medicina psicosomática y psiquiatria de enlace, (102), 8.
Ferro-García, R., Ascanio-Velasco, L., & Valero-Aguayo, L. (2017). Integrando la terapia de aceptación y compromiso con la terapia de interacción padres-hijos en un niño con trastorno negativista desafiante. Revista de Psicología Clínica con Niños y Adolescentes, 4(1), 33–40.