“Jugar no es un des­can­so del apren­di­za­je. Es un apren­di­za­je inter­mi­na­ble, encan­ta­dor, pro­fun­do, atrac­ti­vo y prác­ti­co. Es la puer­ta al cora­zón del niño”

Vin­ce Gow­mon

¿Algu­na vez te has dete­ni­do por un ins­tan­te a obser­var y estar pre­sen­te en el jue­go de tus peque­ños? ¿Mirar cómo a medi­da que cre­cen adquie­ren nue­vas habi­li­da­des (moto­ras, cog­ni­ti­vas y emo­cio­na­les)?

Cuan­do los niños jue­gan no sola­men­te se divier­ten, sino que tam­bién explo­ran su mun­do con todos sus sen­ti­dos, lo que los ayu­da de mane­ra natu­ral a adqui­rir y desa­rro­llar habi­li­da­des per­so­na­les y socia­les.

Cuan­do los niños jue­gan apren­den a orga­ni­zar el mun­do que los rodea y lo pode­mos obser­var en cada eta­pa del desa­rro­llo. En la pri­me­ra infan­cia, cuan­do los niños jue­gan, reco­no­cen su cuer­po y lo que pue­den hacer con él; en un ins­tan­te, los vemos asir obje­tos y mirar sor­pren­di­dos esa acción al mirar que pue­den mani­pu­lar dis­tin­tos obje­tos por sí mis­mos.

Con­for­me los niños cre­cen, tam­bién pro­gre­sa su capa­ci­dad de jue­go, vol­vién­do­se cada vez más com­ple­jo. Lo ante­rior lo pode­mos obser­var en el momen­to en que comien­zan a nom­brar las letras, los núme­ros, algu­nas figu­ras geo­mé­tri­cas y con ellas crean dife­ren­tes cons­truc­cio­nes con mate­ria­les que tie­nen a la mano y sin saber leer comien­zan a crear sus pro­pias his­to­rias a par­tir de su ima­gi­na­ción, por lo que el jue­go no sólo sir­ve para reír y gri­tar, sino que tam­bién esti­mu­la y favo­re­ce la adqui­si­ción de voca­bu­la­rio y el desa­rro­llo del len­gua­je.

Por otra par­te, cuan­do los niños pue­den jugar en gru­po, pue­den obser­var la for­ma en que sus pares se des­en­vuel­ven y actúan y apren­den que para con­vi­vir y jugar con ellos es nece­sa­rio adap­tar­se a lo que les gus­ta a los demás y que se requie­ren de reglas, limi­tes, habi­li­da­des socia­les y de solu­ción de pro­ble­mas.

Lo ante­rior lo pode­mos obser­var en los espa­cios de jue­go, cuan­do la inter­ac­ción entre los niños se da sin la inter­ven­ción de los adul­tos. Ini­cian con un “Hola, ¿cómo te lla­mas?”, se dan un cor­to tiem­po para “cono­cer­se” y esta­ble­cen un jue­go. Sin inter­ven­ción adul­ta, se expli­can las reglas del jue­go y se asig­nan roles (Tú atra­pas, noso­tros corre­mos; tu eres la maes­tra, noso­tros los alum­nos, entre otros) y cuan­do ese jue­go se con­vier­te en algo abu­rri­do para algu­nos, a veces dis­cu­ten, pero toman la deci­sión de cam­biar de jue­go, a veces se man­tie­ne el gru­po a veces se divi­de en gus­tos, pero se resuel­ve el con­flic­to y com­pren­den que los demás pue­den tener dife­ren­tes gus­tos y opi­nio­nes.

Cuan­do los niños jue­gan, pode­mos ver que desa­rro­llan sus habi­li­da­des de auto­con­trol y de tole­ran­cia a la frus­tra­ción, ya que para seguir jugan­do o lograr rea­li­zar una torre por si mis­mo es nece­sa­rio regu­lar sus emo­cio­nes y accio­nes. Asi­mis­mo, sus habi­li­da­des empá­ti­cas mejo­ran pues es nece­sa­rio reco­no­cer tan­to sus emo­cio­nes como las de los demás para saber cómo actuar ante las situa­cio­nes que se pre­sen­ten duran­te el jue­go (cuan­do un niño/a se las­ti­ma, los demás van a ofre­cer­le apo­yo y le pre­gun­tan si se encuen­tra bien).

El auto­con­trol, la tole­ran­cia, la empa­tía y la solu­ción de pro­ble­mas son habi­li­da­des nece­sa­rias para el desa­rro­llo pleno y salu­da­ble de los niños y para el res­to de su vida. Pues son niños que cre­ce­rán en un entorno que les exi­ge día a día con­tar con ellas para des­en­vol­ver­se ade­cua­da­men­te, de lo con­tra­rio cre­cen con con­flic­tos per­so­na­les (difi­cul­tad para resol­ver pro­ble­mas), emo­cio­na­les (depre­sión, ansie­dad, rabia, entre otros) y cog­ni­ti­vas (rigi­dez), impi­dien­do la adap­ta­bi­li­dad a su entorno.

Cuan­do los niños jue­gan y los adul­tos obser­van, pode­mos apren­der mucho de su crea­ti­vi­dad y curio­si­dad, pero cuan­do los niños jue­gan y los adul­tos nos inte­gra­mos dejan­do que sean ellos quie­nes diri­jan el jue­go dan­do opcio­nes en los pro­ble­mas que sur­jan duran­te el mis­mo, pode­mos ser apren­di­ces y maes­tros de los niños. Apren­de­mos de ellos a vivir el momen­to pre­sen­te, a diver­tir­nos y a ser curio­sos, y por otra par­te, tene­mos la opor­tu­ni­dad de ense­ñar valo­res, habi­li­da­des socia­les y para resol­ver con­flic­tos.

Referencias

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Nijhof, S. L., Vin­kers, C. H., van Gee­len, S. M., Duijff, S. N., Ach­ter­berg, E. M., Van Der Net, J., … & Less­cher, H. M. (2018). Healthy play, bet­ter coping: The impor­tan­ce of play for the deve­lop­ment of chil­dren in health and disea­se. Neu­ros­cien­ce & Bio­beha­vio­ral Reviews95, 421–429.

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